viernes, 15 de febrero de 2013


EL RECUERDO
 I
Se abre lentamente una puerta.
Una mano se adelanta hacia un rostro.
Es de día,
pero el sol no se decide a dejarse ver.
Oscuros senderos de albahaca perfuman el aire.
Sobre el borde del camino se ciernen
los rojos corazones de tomates pequeños.

Anduve escarbando la tierra,
y me aseguré de que nadie me viera.
Busqué en el baúl enterrado un recuerdo.
Apenas delineado, parecía un ojo mirándome.
Creí imposible que existiera
eso que casi no tenía existencia,
y que me viera débilmente
desde la oscuridad de la memoria.

Cuando lo reconocí,
se abrió paso,
adquirió una definición inesperada,
absorbió con pulmones invisibles la esencia de la mañana
y avasalló todas mis barreras.
Fue creciendo, incansable, desde ese momento,
pero ahora
el recuerdo me quema.
Refulge,
tiembla,
me abraza,
me incinera.

Es un preludio de llama,
la misma llama
y una certeza.

Se dispersa encendiendo el nuevo día
y llenándome de sí.
Se apodera de todo lo que soy.
Advierto que sin él no sería.
Mi forma se aliviana,
mis extremidades apenas son visibles.
Apenas soy,
ahora,
la idea de una idea.
Eso es mi esencia.
Y mi forma.
Y mi ser.
Ahora lo sé:
ya dejé para siempre de ser quien no era
para ser quien siempre fui.

II
Caminó siempre
con la boca triste en una mueca.
Rodeado de gente gris
con ojos grises.
Desnudo, dolido, marchito.

Esperó por mil siglos la llamada
de mis manos,
cansadas y roídas.
Esperó con sigilo,
con venganza,
con ternura,
con miedo.
Esperó y hoy me asalta,
como un rumor herido,
el recuerdo.

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