EL RECUERDO
I
Se
abre lentamente una puerta.
Una
mano se adelanta hacia un rostro.
Es
de día,
pero
el sol no se decide a dejarse ver.
Oscuros
senderos de albahaca perfuman el aire.
Sobre
el borde del camino se ciernen
los
rojos corazones de tomates pequeños.
Anduve
escarbando la tierra,
y
me aseguré de que nadie me viera.
Busqué
en el baúl enterrado un recuerdo.
Apenas
delineado, parecía un ojo mirándome.
Creí
imposible que existiera
eso
que casi no tenía existencia,
y
que me viera débilmente
desde
la oscuridad de la memoria.
Cuando
lo reconocí,
se
abrió paso,
adquirió
una definición inesperada,
absorbió
con pulmones invisibles la esencia de la mañana
y
avasalló todas mis barreras.
Fue
creciendo, incansable, desde ese momento,
pero
ahora
el
recuerdo me quema.
Refulge,
tiembla,
me
abraza,
me
incinera.
Es
un preludio de llama,
la
misma llama
y
una certeza.
Se
dispersa encendiendo el nuevo día
y
llenándome de sí.
Se
apodera de todo lo que soy.
Advierto
que sin él no sería.
Mi
forma se aliviana,
mis
extremidades apenas son visibles.
Apenas
soy,
ahora,
la
idea de una idea.
Eso
es mi esencia.
Y
mi forma.
Y
mi ser.
Ahora
lo sé:
ya
dejé para siempre de ser quien no era
para
ser quien siempre fui.
II
Caminó
siempre
con
la boca triste en una mueca.
Rodeado
de gente gris
con
ojos grises.
Desnudo,
dolido, marchito.
Esperó
por mil siglos la llamada
de
mis manos,
cansadas
y roídas.
Esperó
con sigilo,
con
venganza,
con
ternura,
con
miedo.
Esperó
y hoy me asalta,
como
un rumor herido,
el
recuerdo.
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